Anteriormente me he referido al agudo contraste entre el Año Zodiacal de 25,920 años comunes, que para la tradición hermética correspondería a un ciclo humano de cuatro edades, y la duración de 4'320,000 años que la tradición hindú atribuye por su parte al ciclo de cuatro yugas, cifra que a primera vista pareciera desmesurada y aun arbitraria pues, a diferencia de la primera, no está relacionada con ningún ciclo astronómico conocido. Sin embargo, ya he señalado que la clave residiría en considerar esta última cifra simbólicamente, al menos en lo que se refiere al ciclo propiamente humano —esto es, el de la humanidad más reciente, el Homo Sapiens Sapiens.
Teniendo esto en cuenta, en la presente entrega veré de conciliar ambos puntos de vista y establecer la duración real del ciclo humano así considerado enfocando, para ello, el problema desde un nuevo ángulo: el del llamado Manvantara, o “cambio” de Manu (“Padre de la Humanidad”), ciclo que no obstante ser fundamentalmente septenario y tener una duración que, deducida de los textos, sería de casi 72 maha-yugas —con lo que el problema pareciera agrandarse—, es para los entendidos, exceptuando a los que insisten en tomar estos datos literalmente, idéntico a lo que hemos descrito como un solo maha-yuga.
En efecto, la relación con la duración del ciclo humano es evidente: el término Manvantara significa más precisamente “el paso a una nueva humanidad”, en este caso la nuestra, además de que de la palabra relacionada Manusya, que significa literalmente “humanidad”, se derivan el latín humanitas, el alemán mann, el inglés man, etc., siendo "Man", por su parte, “el Hombre”, el Padre Universal, el Adán de las leyendas escandinavas. Por otro lado, es interesante que en la historia se encuentren variantes de este nombre, Manu, aplicadas a fundadores de culturas diversas, como por ejemplo la egipcia (Menes), la cretense (Minos) e incluso la incaica, cuyo primer monarca, Manco Capac, fue cabeza de un linaje que abarcó catorce reyes —esto es, el mismo número de Manus que aparecen en un Día de Brama. Por lo demás, es importante anotar, conforme lo señala René Guénon, que un Manu no es en absoluto un personaje mítico, legendario o histórico, sino más bien el “Prototipo del Hombre”, y ello para un ciclo cósmico o para un estado de existencia cualquiera, al que da su Ley.
Todo ello arroja luz sobre una de las cuestiones más difíciles de entender en relación con el ciclo de cuatro yugas: me refiero a la aparente contradicción entre la existencia de ciclos humanos múltiples, por un lado, y la de un solo ciclo de humanidad por otro, problema que quedó pendiente de solución en el capítulo anterior. Ahora podemos decir, por lo que se refiere a nuestro planeta al menos, que no cabe hablar de una sucesión de ciclos humanos sino de un gran ciclo humano “general”, el de la humanidad actual, que comprende a todos los demás ciclos humanos de cualquier orden que sean.
Ahora bien, ya que partimos del supuesto de que este ciclo humano “general”, cuya duración buscamos establecer, representa aproximadamente la antigüedad de la presente humanidad terrena, y no la de sus más o menos remotos antepasados, lo más indicado será precisar previamente cuáles son los ciclos astronómicos que pueden influir en él; planteado el problema en estos términos, tales ciclos sólo pueden ser los siguientes:
(I) El ciclo de las glaciaciones, o temporadas de gran frío, que ocurren cada 100,000 años aproximadamente y están separadas por períodos interglaciales de 10,000 años cada uno. Este ciclo, que parece constituir el marco principal dentro del que se ha desarrollado la humanidad actual en la Tierra, es producido por el alargamiento de la órbita de nuestro planeta alrededor del Sol, la cual cambia cada 90,000 a 100,000 años de una forma circular a una más elíptica, y vuelta a empezar. Cuando la órbita es circular, la distribución del calor en la Tierra durante el año es uniforme, y cuando es elíptica la Tierra se aproxima más al Sol y por tanto es más caliente en algunas épocas del año, con las estaciones acentuándose en un hemisferio y moderándose en el otro debido al efecto modulador de los dos ciclos que se mencionan a continuación.
(II) El período de precesión de los equinoccios o Año Zodiacal, cuya duración suele redondearse en 26,000 años pero, como sabemos, ha sido calculada tradicionalmente en 25,920 años. Lo que hace a este ciclo particularmente importante como probable factor desencadenante del fenómeno humano en nuestro planeta es el hecho de que, a la mitad del período de oscilación del eje terrestre, o sea cada 13,000 años aproximadamente, las estaciones se invierten: hace 10,000 años, por ejemplo, cuando la Tierra estaba en su posición más alejada del Sol, en el hemisferio Norte era verano y no invierno, como hoy (y a la inversa).
(III) El ciclo de variación en la inclinación del eje terrestre en el curso de unos 40,000 años, desde un mínimo de 21.5 grados hasta un máximo de 24.5 grados, variación que obviamente acentúa o modera el efecto general del período precesional; actualmente el ángulo de la inclinación es de 23.4 grados y está disminuyendo, con lo que se atenúa la diferencia entre el verano y el invierno.
Actuando en forma coordinada, estos tres grandes ciclos orbitales, llamados “ciclos de Milankovitch” en honor al astrónomo yugoslavo que estudió su mecanismo por primera vez, someten a la Tierra a una compleja pauta astronómica que ha producido las fluctuaciones glaciales a través de las edades; si bien de los tres, es el período de precesión de los equinoccios el que, al potenciar el efecto combinado de los otros dos, parece haber desempeñado el papel principal en el desarrollo de la actual humanidad terrena. Así, algunos científicos calculan que hace unos 40,000 años, cuando el hemisferio meridional era el más cercano al Sol, y mientras en el Norte gravitaban los hielos, en diversos puntos, probablemente en Asia central, surgieron tribus unidas por la necesidad de hacer frente a las duras condiciones geofísicas imperantes; y que trece mil años más tarde, cuando los hemisferios boreal y austral intercambiaron sus posiciones respectivas frente al Sol, algunas tribus aparecieron también en el hemisferio austral.
Por otra parte, hace aproximadamente 18,000 años la Tierra comenzó a salir del último período glacial respondiendo a una combinación de los tres factores orbitales, aunque el período propiamente interglacial no comenzó hasta hace unos 10,000 años. Ahora bien, todo parece indicar que este período interglacial está a punto de terminar, y muchos científicos sostienen que, en un lapso que puede variar entre unos cuantos años y mil años a partir de hoy, la Tierra habrá entrado en una nueva glaciación de 100,000 años; para iniciar el proceso sólo se requerirá un verano de sol muy débil, incapaz de deshelar los glaciares del hemisferio Norte. Y pese a los indicios de una inminente desglaciación catastrófica causada por el llamado “efecto de invernadero”, recalentamiento del planeta causado a su vez por el exceso de emisiones industriales, la opinión predominante parece ser que en el mejor de los casos (o tal vez debiéramos decir en el peor), este factor sólo retardaría el proceso.
Como sea, en este punto debe ser obvio que, al entrelazarse e influirse mutuamente, los tres grandes ciclos orbitales ejercen un efecto decisivo sobre la vida en la Tierra, efecto que algunas veces puede ser benéfico y otras devastador. En ocasiones, por ejemplo, el final de uno de ellos coincidirá con el de otro, lo que lo hará particularmente severo. Naturalmente, el escenario es aun más complicado, pues incluye el efecto de otros ciclos menores, como las llamadas “pequeñas glaciaciones”, o períodos de inviernos muy rigurosos que sobrevienen cada aproximadamente 180 años y son al parecer causados por los llamados “sínodos planetarios” —el agrupamiento de todos los planetas a un lado del Sol, mientras la Tierra se encuentra al otro— los cuales ocurren cada aproximadamente igual número de años; o como los ciclos de gran actividad solar, que se producen cada 11 y cada 80 años principalmente y parecen influir marcadamente en las sequías, la actividad volcánica y los cambios en el magnetismo terrestre (el ciclo de 11 años ha sido posteriormente precisado en 11 años y 29 días); o, en fin, como los ciclos solares máximos y mínimos de 500 años cada uno, mencionados en algunas obras recientes, que habrían influido por turno en la aparición de las grandes civilizaciones históricas.
Todo esto constituye, sin duda, un tema apasionante, pero cuyo estudio requeriría demasiado espacio; por lo que, de momento, me detendré aquí y volveré con más dentro de unos días.
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1 comment:
muy buen articulo, pero me podria decir de donde saco todos esos datos??? me interesa bibliografia de este tema. Gracias.
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