En mi anterior entrega vimos que la noción de siete edades o Eras es común en todo el mundo, lo que evidencia una casi absoluta concordancia en materia de ciclos cósmicos en la mayoría de las tradiciones.
Hay, empero, excepciones: Las Edda islandesas se refieren más bien a nueve edades, como los libros sibilinos (sólo que pretéritas), y lo mismo hacen las leyendas hawaianas y polinésicas. En cuanto a la tradición china, habla de diez kis, o edades, desde el comienzo del mundo hasta Confucio, y el Sing-li-ta-tsiuen-chou, una antigua enciclopedia que trata de la periodicidad de las convulsiones de la naturaleza, llama “gran año” al dilatado lapso entre cada una, aunque sin precisar su número; lo mismo ocurre con textos de Sse Ma-chien y de Mo-tzu, que aluden a grandes inundaciones y a largos períodos en que se alternan el orden y los cataclismos en la Tierra.
En cambio, otras tradiciones como la griega (derivada en parte de la hindú), la tibetana y particularmente las de Centro y Sudamérica, que tocaré más adelante, se ciñen en forma más estricta al esquema de cuatro edades.
Hemos visto, por ejemplo, que la tradición grecorromana habla de cuatro edades pretéritas del mundo, equivalentes a los cuatro yugas de la tradición hindú; y en la India misma, además del Bhagavata Purana y otros puranas, otros libros sagrados como el Ezour Vedam y el Bhaga Vedam aluden asimismo a cuatro edades pretéritas, aunque difieren en las duraciones de cada una. Asimismo, no es improbable que la tradición budista según la cual, de los mil Budas que aparecen en un kalpa hasta ahora se han manifestado sólo cuatro, se relacione con los cuatro yugas de que consta un maha-yuga y con los mil maha-yugas de que se compone un kalpa; en cuanto al Buda Maitreya, que aparecerá al final del ciclo para inaugurar un nuevo “milenio”, es claramente idéntico al avatara Kalki del hinduismo y a otros inauguradores del próximo “milenio”, como el “Cristo de Gloria” del cristianismo y el Mesías del judaísmo, e incluso el Mahdi, “el bien guiado”, del islamismo. Y otra notable coincidencia: tanto el avatara Kalki como el Cristo de Gloria de Apocalipsis 19:20 ss, se han de presentar montados en un caballo blanco.
Por otro lado, el esquema cuaternario guarda estrecha relación con ciertas formas arquetípicas universales que, aunque enormemente alejadas unas de otras en el tiempo y en el espacio, no varían en lo que tienen de más esencial.
Por ejemplo, según los indios Hopis, desde la llegada del hombre blanco a Norteamérica nos hallamos en un quinto y último “Mundo”, peor que los cuatro anteriores, el cual se agravará por el abandono de los cuatro “guardianes cósmicos” que velan por la conservación de las columnas que sostienen el universo. Por su parte, los mayas creían en los cuatro bacabs —los cuales cumplían igual función—, en todo semejantes al Atlas de los griegos, que lo copiaron a su vez de los orientales. (En realidad, Atlas sostiene la bóveda celeste, y no nuestro planeta.) A su vez, los egipcios recibieron de los sumerios la tradición de cuatro gigantes que soportaban el techo del cielo, y que se identificaban con cuatro grandes montañas (una era el monte Ida en Grecia, y otra estaba en la cordillera del Atlas en Marruecos). También en la China existía esta tradición: cuatro guardianes cuidan al mundo, rodeando un quinto elemento (identificado con el emperador); cuando Kung-kung, un espíritu maligno, quebró con la cabeza una de las columnas, aprovechando un descuido del guardián, se desplomó el agua del cielo, causando un tremendo diluvio. Los escandinavos, en fin, creían asimismo en cuatro guardianes, identificados por su parte con la svástika, otro símbolo universal (si bien hoy de ingrata connotación por culpa del nazismo), que es la misma de los indostanos y los griegos y que el Ollin de los aztecas, quienes lo tomaron a su vez de los toltecas; y aquí tenemos otra forma arquetípica que se extiende en forma prácticamente idéntica por todo el mundo…
Volveré con más muy pronto.
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