Cuando emprendí la primera versión de “La rueda del tiempo”, lo hice motivado por circunstancias muy especiales. Había llegado casualmente a mis manos el Tercer Canto del Bhagavata Purana, preciosa y monumental escritura hindú, y me maravilló leer que en épocas tan remotas los hindúes ya supieran que el universo está en expansión, así como que manejaran conceptos tan avanzados como el de la relatividad de espacio y tiempo, cosas éstas que los científicos modernos no vendrían a conocer plenamente sino a partir del siglo XX. Pero lo que me perturbaba eran las enormes duraciones mencionadas en relación con los ciclos cósmicos. Por ejemplo, el Kali-yuga o Edad Sombría, ciclo que claramente correspondía a la Edad de Hierro de la tradición grecorromana, se extendería a lo largo de 432,000 años terrestres, un décimo de un ciclo humano total de 4'320,000 años; y si su inicio fue en 3102 a.C., como lo consignan los textos astronómicos hindúes, su fin no llegaría sino hasta el año 429,000 d.C., fecha sin duda tranquilizadora en una época de enorme crisis global como la que vivimos pero que no se aviene, en absoluto, con los datos de otras tradiciones que anuncian un fin inminente para nuestra degenerada civilización.
La respuesta a esta inquietud mía vendría poco después, principalmente en la forma de un notable artículo de René Guénon: Algunas observaciones sobre la doctrina de los ciclos cósmicos, aparecido por primera vez en francés en 1937. Gracias a él me persuadí finalmente de que tales cifras son esencialmente simbólicas, como lo indica el hecho de que todas ellas sean múltiplos de nueve —lo cual las hace justamente circulares o cíclicas—, así como que deben asimilarse fundamentalmente al gran ciclo de precesión de los equinoccios, período determinante en el desarrollo de la humanidad y cuya duración tradicional, 25,920 años comunes, es también múltiplo de nueve. Cierto que al mismo tiempo concluí que tales duraciones podían, a la luz de los descubrimientos científicos más recientes, tomarse también en forma aproximadamente literal, algo que Guénon no podía saber en su época; pero de momento era más que suficiente. Luego, como por acto de magia, cayeron en mis manos otros escritos, algunos muy importantes y otros que no lo eran tanto, los cuales me ayudaron a realizar el estudio preliminar y a publicar una primera edición en 1998. Este primer esfuerzo contenía algunos elementos que se han mantenido hasta hoy, siendo el principal mi propio cálculo del final del Kali-yuga, y por tanto del ciclo humano actual. Un elemento adicional fue la salvedad de que dicho fin pareciera haberse adelantado un grado de dicho período ó 72 años, fenómeno conocido en los textos como superposición de yugas.
Sin embargo, pronto advertí que esa primera versión no sólo contenía algunos errores históricos sino también citas erradas, por lo que traté de mejorarla mediante una segunda edición que apareció poco después y que estuvo circulando por algunos años hasta que, concluido su propio ciclo, decidí retirarla de la circulación.
Es esta la versión que actualmente estoy traduciendo al inglés —la cual debe de estar terminada para fines de agosto del presente año— y tratando de mejorar. Pero esta historia no termina aquí e, incluso a riesgo de aburrir a los lectores, estaré de vuelta con más —mucho más— muy pronto.
Luis Miguel Goitizolo
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