Saturday, April 26, 2008

Los Números Circulares

En mi última entrega estuve hablando sobre la imposibilidad de que la reiteración de números con respecto a ciclos cósmicos se deba únicamente al hecho de que todos son cíclicos o “circulares” y, por tanto, fácilmente divisibles entre sí, ya que las coincidencias son demasiado numerosas como para que sean solamente producto de la casualidad, sobre todo cuando proceden de lugares y tradiciones tan distantes unos de otros. Obviamente hay algo más, tal vez el deseo de llamar la atención, aunque en forma velada, hacia un hecho misterioso y trascendente que permitiría penetrar la esencia misma del mecanismo de los ciclos y, con ello, anticipar en muchos casos sus fechas de inicio y de término.

Por ejemplo, de acuerdo con ciertas fuentes, el hundimiento de la Atlántida habría tenido lugar 7,200 años antes del año 720 del actual Kali-yuga, lo que correspondería, si consideramos el 3102 a.C. como su fecha de inicio, al 9582 a.C. Pues bien, esta fecha es perfectamente verosímil pese a ser producto de cifras obviamente simbólicas, es decir, basadas en 72 – que es, como sabemos, la pieza clave en el contexto de un tiempo circular. Realmente, habría que estar ciego para ver en este hecho sólo un fruto del azar.

Otro ciclo que separaría dos destrucciones consecutivas de la Tierra es el calculado por Aristarco de Samos (310–230 a.C.), siglos después de Heráclito, en 2,484 años, cifra también circular pero considerablemente menor que las anteriores. Y aquí podemos ver otra clave: cuanto más moderno es el cálculo, menor el período calculado. Avala esta hipótesis un hecho curioso, relatado por el historiador Herodoto (c.480 – c.420 a.C.): los sacerdotes tebanos le habrían mostrado 341 figuras colosales, cada una de las cuales representaba una generación de sacerdotes desde 11,340 años atrás, período también “circular” pero mucho más próximo al “gran año” de 12,960 años comunes.

No sorprendentemente, pues, también en la Biblia, en cuyos primeros capítulos se relatan las dos catástrofes probablemente más conocidas y emblemáticas del mundo: el Diluvio y la conflagración que destruyó a Sodoma y Gomorra, hay alusiones a períodos “circulares” de extensión al parecer breve. Por ejemplo, en el Nuevo Testamento (Apocalipsis 11:3, 12:6) se menciona un misterioso lapso de 1,260 “días”, y las enigmáticas referencias a “un tiempo, dos tiempos, y la mitad de un tiempo” en Daniel 12:11, 12 y en Apocalipsis 12:14 obviamente aluden al mismo período si, como sin duda es el caso, cada “tiempo” consta de 360 “días”. Por lo demás, en Daniel 12:11, 12 se mencionan dos períodos igualmente enigmáticos: 1,290 y 1,335 “días”, números cuyos dígitos, si bien no suman nueve, sí suman tres, lo que los hace también circulares.

Sin embargo, es en los grandes ciclos donde tal vez se encuentren las correspondencias más significativas con la tradición hindú. Por ejemplo, se sabe que en la Biblioteca de Alejandría había una Historia del Mundo escrita por el sacerdote caldeo Beroso (h. 250 a.C.), en tres volúmenes, el primero de los cuales abarcaba un período de 432,000 años desde la Creación hasta el Diluvio —exactamente un décimo del maha-yuga hindú—. Y una coincidencia impresionante: según las leyendas escandinavas, 432,000 era el número de guerreros estacionados en Asgard, la morada de los dioses.

Correspondencias similares pueden encontrarse al otro lado del mundo, entre los antiguos mayas. Por ejemplo, en Tikal, en la actual Guatemala, hay una estela —la número 10— que registra un período de 5'040,000 años, número circular que dividido por diez es el de Manus en una manifestación universal total. Por lo que se refiere al calendario sacerdotal, además de los tunes o años de 360 días, compuestos de 18 uinales o meses de 20 días, los mayas contaban por katunes (7,200 días), baktunes (144,000 días), etc., todos ellos números circulares y “sagrados” cuya importancia he enfatizado repetidamente —si exceptuamos el número 144,000, que incidentalmente es el número de santos ascendidos al cielo de Apocalipsis 7,7.

En cuanto a los Xiumolpili, o períodos de 52 años usados por los aztecas para el cómputo de las cuatro edades o “soles” mediante su multiplicación por ciertos factores (al parecer 13, 7, 6 y 13, aun cuando, confirmando la tendencia apuntada anteriormente, en las versiones más antiguas los factores son mayores), se cree que se originaron con los olmecas, que habrían descubierto que los calendarios solar, sagrado y venusino coincidían cada 37,960 días, equivalentes a 104 años (o dos veces 52). De hecho, aunque estos ciclos eran tan importantes que, según se cree, les exigían la remodelación de todas sus estructuras sagradas a su comienzo o término, se trata en cualquier caso de una anomalía —la excepción que confirma la regla. Sin embargo, hay una correspondencia interesante con las grandes celebraciones que hasta hoy realizan, cada 52 años, los “dogones” de Mali, en Africa, ritos destinados según ellos a “regenerar el mundo” y que al parecer corresponderían al ciclo que realiza Sirio “B”, una enana blanca, alrededor de Sirio. Pero al margen de estas probables conexiones, puede advertirse aquí que 52 es cuatro veces 13, siendo 13, según los entendidos —y a diferencia de lo que ocurre en el resto del mundo, donde es de especial mal agüero— un número particularmente auspicioso en todo el mundo maya. Sin embargo, lo que a nuestro parecer vincula definitivamente este sistema “anómalo” con el circular “ortodoxo” es el hecho de que al cabo de 52 años del calendario sacerdotal de 360 días, habrían transcurrido exactamente 72 años del calendario “mágico” de 260 días, o sea un total de 18,720 días: número circular por antonomasia, ya que se compone de 18 y 72.

Y con esto pondré fin a esta breve panorámica, en el curso de la cual hemos podido entrever, a través de la maraña de datos y cifras presentados, una especie de trama de Cuatro Edades del mundo, de duraciones variables según las distintas tradiciones pero siempre circulares, entretejidas en la urdimbre de un esquema más general de Siete Eras de la humanidad, a su vez relacionado de algún modo con el fenómeno de precesión de los equinoccios. En medio de todo ello, hemos atisbado el tercer y más espectacular elemento del problema: las terribles catástrofes al comienzo o término de cada ciclo, de las que la más emblemática es sin duda el Diluvio que suele separar una Era de otra, y que constituye un tema favorito y especialmente recurrente en los mitos y leyendas de todo el mundo. En los próximos capítulos intentaré recapitular toda la información proporcionada y extraer, en la medida de lo posible, conclusiones que nos permitan una visión más profunda y a la vez más amplia del problema en su totalidad.

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