Tuesday, April 22, 2008

Algunos símbolos universales

Hasta aquí, hemos pasado revista a una serie de símbolos y tradiciones universales en que los números cuatro y siete tienen un papel preponderante.

Otro símbolo común a todas las culturas y civilizaciones del mundo es el “Huevo Cósmico”, que en cuanto imagen de la disolución y el renacimiento incesantes del Universo tiene estrecha correspondencia con el “mito” del Ave Fénix y que encontramos, igualmente, en civilizaciones que van de la hindú a la china —donde se presenta en la forma del mito de Pan-ku—, en la egipcia e, incluso, en la inca: se sabe, por ejemplo, que en la pared principal del templo de Ccoricancha, en el Cusco, había una representación del Huevo Cósmico que fue luego reemplazada por la imagen del Sol que conocieron los españoles.

Pero con esto nos estamos apartando un tanto de las versiones del esquema de cuatro edades, de las que tal vez las más típicas sean las versiones centroamericanas conservadas en libros sagrados como el Popol Vuh y el “Manuscrito Quiché”, donde aquéllas, como anteriormente, son llamadas uniformemente “soles”, aunque en este caso se trate de cuatro y no de siete. Los aztecas, por ejemplo, que al parecer recogieron estas tradiciones de los teotihuacanos, quienes a su vez las habrían recibido de los olmecas, distinguían cuatro “soles” que terminaron en otras tantas destrucciones del mundo: la primera por jaguares que devoraron a los hombres (otra versión dice que por el “dios de la Noche”), que por entonces eran gigantes; la segunda por huracanes, la tercera por una lluvia de fuego (o por el “dios del Fuego”), y la cuarta por un gran diluvio. Aunque con ligeras variantes, sobre todo en el orden de los “soles”, esta tradición estaba difundida por todo el mundo maya; y hay, además, un hecho significativo: las cuatro destrucciones se identifican en todos los casos con los cuatro elementos tradicionales.

También los incas, más al sur, creían que el tiempo se desarrolla por ciclos y que cada cierto número de años el universo estaba amenazado por grandes desgracias, tiempos de trastornos llamados “Pachacuti”. Cronistas de la conquista de América, como Fray Buenaventura Salinas, transmiten la tradición de las cuatro edades anteriores al imperio de los incas. La última habría durado 3,600 años, cifra circular por excelencia que dividida por diez es el número de grados del círculo y el de días del año sacerdotal: 360, un número especialmente sagrado para las tradiciones de todo el mundo.

Y con esto entramos en el terreno de las duraciones, que significativamente no sólo son uniformemente circulares sino que incluso muestran coincidencias asombrosas entre sí.

Particularmente sugestivas son las que giran alrededor del “gran año” de 12,960 años comunes, la mitad del Año Zodiacal. Según el autor latino Censorino (s. III d.C.), compilador de Varrón, en este “gran año”, también llamado “año platónico” y “año supremo de Aristóteles”, hay un gran invierno o kataklysmos (que significa “diluvio”) y un gran verano o ekpyrosis (que significa “combustión del mundo”). Ahora bien, en algún momento de la historia, este “gran año” fue redondeado por persas y caldeos en 12,000 años, lapso que para los primeros pasó a constituir la totalidad del tiempo. (Para los persas actuales, el año 2000 fue el 11,630 de ese tiempo.) Y no es improbable que los judíos, en contacto con estas culturas, tomaran este “gran año” y lo dividieran por dos, por motivos religiosos, para establecer a su vez su “duración total del mundo” en 6,000 años.

En conexión con esto, sin embargo, de acuerdo con la tradición rabínica ya mencionada, cada una de las Siete Eras del mundo tendría una duración de 1,656 años, cifra circular que multiplicada por siete da un total más cercano a los 12,000 que a los 6,000 años: 11,952 años.

Además del “gran año” de 12,960 años comunes se conocen otros ciclos “griegos”, igualmente vinculados a catástrofes globales, que hallan correspondencias sugestivas en la tradición hindú. Según el filósofo Heráclito de Efeso (540–475 a.C.), por ejemplo, el lapso entre dos grandes conflagraciones como la que habría sumergido a la Atlántida, miles de años antes de su época, es de 10,800 años, período “circular” que dividido por cien es 108 – un número que por su parte es objeto de especial veneración para hinduistas y budistas, como que es el número de Upanishads del canon hinduista y va antepuesto al nombre de los venerables acharyas o maestros de las grandes líneas discipulares, aparte de que es el número de figuras de piedra en las avenidas del templo de Angkor en Camboya, etc.; y cuya forma básica, 18, que como hemos visto en otro capítulo corresponde al número de respiraciones del ser humano en un minuto, es, entre muchas otras “coincidencias”, igual al número total de Puranas y al de capítulos del Bhagavad-gita. Cabe mencionar, en fin, que el número total de estrofas del Rig Veda es 10,800 y el de las del Bhagavata Purana 18,000, repartidas en doce “Cantos” o capítulos; y que, dentro del esoterismo judeo-cristiano, el número de capítulos del misterioso Libro de Enoch es, una vez más, 108.

Y en este punto conviene que hagamos una breve pausa, ya que resulta imposible que la reiteración de todos estos números se deba únicamente a que son cíclicos o “circulares” y, por tanto, fácilmente divisibles unos por otros; las coincidencias son abrumadoramente numerosas como para que sean sólo fruto de la “casualidad”, sobre todo cuando proceden de lugares y tradiciones tan distantes unos de otros. Sin embargo, una discusión de esta circunstancia requeriría demasiado espacio, por lo que tendrá que esperar un nuevo artículo.


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