Las preguntas acerca del Kali-yuga que estaban pendientes de solución son, pues, las siguientes: ¿Realmente estamos en el Kali–yuga, la Era de oscuridad y riña? De ser así, ¿en qué etapa de él? Y, ¿es posible que lo estemos desde hace tanto tiempo (casi 4,320 años)?
Intentaré responder las tres en este artículo.
En realidad, la respuesta a cada pregunta dependerá del punto de vista que se adopte. Se trata de enfoques diametralmente opuestos de un vasto problema que además implica, dado el extenso período involucrado —prácticamente toda la historia de la civilización— preguntas adicionales como: ¿Fueron los griegos y los romanos realmente más grandes que los egipcios, constructores de inmensas pirámides y de templos grandiosos varios miles de años antes de que los griegos hicieran su aparición en el mundo? Entre los mismos griegos, ¿fueron los contemporáneos de Sócrates, Platón y Aristóteles más sabios que los de Pitágoras, Heráclito y Tales? Dando un salto en la historia, ¿fue la Edad Media europea realmente inferior al Renacimiento, y en qué sentido? ¿Qué decir, por ejemplo, del imperio de Carlomagno, de las primeras iglesias románicas y del arte gótico, un arte por entero original y no una imitación del arte clásico, como lo fue el del mal llamado Renacimiento?
En fin, ¿es realmente la época actual una era de enorme progreso, como nos la pintan los tecnócratas, o más bien un avance hacia el abismo en todos los órdenes?
Como se sabe, la India es hoy tal vez el único país del mundo donde se conservan casi íntegros los valores espirituales tradicionales, y nada más natural que, desde una perspectiva eminentemente espiritual, los hindúes tradicionalistas vean el conjunto de los últimos 5,000 años de historia como un proceso de deterioro gradual en todos los órdenes y condiciones de vida, proceso en el que la atmósfera nefasta del Kali-yuga ha terminado por invadirlo todo y el materialismo, real o disfrazado, ha sentado sus reales en el mundo. Ello se debe, en particular, a que no existiendo ya un sacerdocio calificado, la administración de la sociedad ha pasado a manos de personas de las clases más bajas, cuya única motivación es el lucro personal. Producto de ello es que exista una ansiedad creciente en las mentes de los hombres, cada vez más impacientes, codiciosos y violentos, y una degradación cada vez mayor de las costumbres que se traduce, a la postre, en la desintegración de la familia y en una conducta sexual desordenada, cuya consecuencia inevitable es que una gran cantidad de la población del mundo sea hoy “no deseada”, esto es, nacida de uniones ilícitas, incluidas violaciones, o simplemente “por accidente”. Por si fuera poco, se percibe un empeoramiento cada vez mayor en la calidad de todas las cosas, inclusive de los alimentos, y aparecen enfermedades terribles, desconocidas en otros tiempos, originadas en el aumento de las necesidades artificiales y en la proliferación de los vicios más perniciosos. Se trata en suma, para los hindúes que no han sido seducidos por el falso brillo del progreso occidental, de una era atea, violenta y degradada, en la que casi no existe la bondad (según el Varaha Purana, “en ella nacen seres demoníacos”), una era que sólo puede desembocar en un cataclismo final.
Por lo demás, tales síntomas no han dejado de ser advertidos por algunos estudiosos occidentales de renombre, entre los cuales Oswald Spengler, el famoso autor de La decadencia de occidente, y Alexis Carrel, autor de la célebre y controversial La incógnita del hombre; pero sobre todo por René Guénon, para quien se trata, en esencia, de un proceso cuya causa última reside simplemente en el alejamiento cada vez mayor del principio de que toda manifestación procede, situación que se ha vuelto irreversible y que se caracteriza fundamentalmente por la secularización y materialización progresivas del mundo —o, lo que es lo mismo, por un oscurecimiento gradual de la espiritualidad primordial. Lo cual fatalmente conduce a una inversión total de los valores universales, inversión cada vez mayor a medida que se acerca el final del ciclo y que es alimentada por la falacia de las ideas de evolución y progreso continuos. De hecho, Guénon distingue una quinta etapa cíclica dentro del Kali-yuga, a la que denomina “edad de la creciente corrupción”, la cual entraña el riesgo de aniquilación total de la humanidad. Ahora estaríamos propiamente en la temible época anunciada por los libros sagrados de la India, en que «las castas estarán mezcladas, en que la misma familia ya no existirá». El desorden y la confusión imperan en todos los órdenes, y han llegado a un punto que supera con mucho todo lo que se había visto anteriormente; una detención ya no sería posible, pues según todas las indicaciones proporcionadas por las doctrinas tradicionales, hemos entrado en verdad en la fase final del Kali-yuga, «el período más sombrío de la Edad Sombría».
Es asombroso que este certero diagnóstico de la época fuera formulado hace más de tres cuartos de siglo, en un tiempo en que numerosas voces profetizaban un progreso científico y técnico que “muy pronto pondría fin a todos los males del mundo”, un progreso que traería una “felicidad ilimitada” a la humanidad. Pues bien, desde entonces sólo se han sucedido guerras atroces, ha surgido la amenaza de devastación nuclear, han aparecido enfermedades jamás vistas, y la descomposición moral, social y política ha alcanzado niveles extremos en todo el mundo, a tal punto que la sociedad entera parece derivar inevitablemente hacia la anarquía. La violencia se ha vuelto común en un grado inusitado, sobre todo en las grandes ciudades, que nadan literalmente en las drogas y la pornografía y en las que se presenta en modalidades atroces, como el terrorismo urbano. De hecho, no hay más que abrir los diarios para aterrarse ante la profusión de noticias sobre matanzas religiosas y raciales y sobre actos de terrorismo increíblemente crueles; y, por otro lado, para espantarse ante el deterioro progresivo del ambiente, cada vez más acelerado, la contaminación creciente de ríos, mares y lagos, la extinción de bosques y de especies animales enteras por la mano del hombre, y nuevos y cada vez más frecuentes desastres naturales, los cuales, causados básicamente por el calentamiento gradual del planeta (provocado a su vez por el auge desmedido de la actividad industrial) incluyen la desertificación progresiva de la Tierra, el desgaste de la atmósfera, sequías, inundaciones, terremotos y cataclismos que cobran millones de víctimas todos los años... ¿para qué continuar? Ciertamente, todo hace presagiar que nos encontramos en las postrimerías del ciclo actual y que el fin de nuestra civilización, tal como la conocemos, estaría muy próximo, a despecho de lo que puedan opinar los creyentes en un “futuro de progreso material y moral” de la humanidad.
Admitido esto, sólo queda ver cómo sería tal fin.
Según el Bhagavata Purana (3, 11:29 ss), al final del “milenio” la devastación se produce, en una primera fase, por el «fuego que emana de la boca de Sankarsana», haciendo estragos en los “tres mundos inferiores” durante cien años de los semidioses (36,000 años humanos); esta versión coincide punto por punto con la tradición nórdica según la cual, en el momento de la destrucción del mundo (el ragnarok), de la boca de Surt, “el Negro”, emanan llamas devastadoras. (Naturalmente, las alusiones al fuego pueden referirse a grandes erupciones volcánicas o a los cada vez más frecuentes y devastadores incendios forestales que se producen actualmente en todo el mundo.) Luego, durante otros 36,000 años, hay vientos huracanados y lluvias torrenciales, acompañados de olas violentas que hacen desbordarse los mares, devastación que, en opinión de los estudiosos de las escrituras hindúes, ocurre al final del período de cada Manu. Por cierto que en el nivel humano, las cifras mencionadas deben considerarse simbólicas; referidas al Manvantara tal como quedó definido en mi anterior artículo, los 72,000 años de devastación, que en el contexto corresponden a los 4,320 millones de años del Día de Brahma, es posible que equivalgan simplemente a 72 años, con lo que lo que hemos denominado “el comienzo del fin” se ubicaría alrededor del 2010 d.C., fecha límite que propusimos allí; e incluso si considerásemos en el cálculo otros factores que sería prolijo detallar, veríamos que dicho “comienzo” podría estarse ya dando, como lo hace temer el aumento sin precedentes en los trastornos climáticos que se observan en nuestros días —cuya manifestación más visible son los reiterados embates del fenómeno de El Niño— que estarían anunciando un inminente desastre de proporciones universales.
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