Friday, February 22, 2008

Algunas evidencias escriturarias con respecto al tiempo

Desde el siglo pasado se han observado notables coincidencias entre la Biblia y ciertos textos de la tradición occidental, por un lado, y algunos libros sagrados orientales, principalmente hindúes, por otro. Para mencionar la más conocida, la Biblia habla de un Diluvio Universal que sobreviene al final de un período de degradación de la humanidad, y los Puranas y otros textos, tanto orientales como occidentales, hablan de periódicas devastaciones parciales del universo por el agua. (De hecho, el recuerdo de uno o varios “diluvios universales” permanece vivo en las tradiciones de todo el mundo.) Pero, como veremos a continuación, hay muchas otras coincidencias.

Por ejemplo, el libro del Génesis (1:2) refiere cómo, en el principio, «el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas»; por su parte, en el Bhagavata Purana (5, 25:l, etc.) se lee que, al comienzo de la creación, Vishnu (Dios) yace sobre el Océano Causal.

En el Evangelio de San Juan (Juan, 14:2), Jesús declara: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas»; el Brahma-samhita (5:40), a su vez, dice que el resplandor de Dios, el “brahmajyoti”, contiene innumerables planetas.

En fin, en un pasaje del evangelio “gnóstico” de Tomás (77), dice Jesús: «Yo soy el Todo, todo sale de Mí, y a Mí vuelve.» En el Svetasvatara Upanishad (4:11), otro conocido libro sagrado hindú, se afirma que «Él [Dios] gobierna todas las fuentes de la creación; de Él emana el universo, y a Él retorna finalmente.»

Por otra parte —y con esto entramos más en materia—, en el libro del Génesis (3:23 ss) se describe la “caída” y expulsión del hombre del Paraíso, un tema recurrente en las escrituras y tradiciones de todo el mundo y que está estrechamente vinculado a la noción de las edades y ciclos cósmicos. Aunque en forma no tan obvia, también en Juan 14:3, 15, 19, así como en los anuncios del fin de los tiempos, Jesús se estaría refiriendo a ellas; y asimismo Daniel 2:21, 29 ss, 7:1 ss, otros profetas del Antiguo Testamento, el Apocalipsis de San Juan, etc.

En fin, algunos autores han señalado concordancias notables en torno a estos temas entre algunas escrituras orientales, como el Tao te ching de Lao Tzu y los Upanishads hindúes, por un lado, y diversos tratados estoicos, herméticos y neoplatónicos por otra.

La ciencia moderna, por su parte, ha validado diversos pasajes de la Biblia. Algunos de los ejemplos más conocidos, como la verificación del orden evolutivo en la creación de las especies (peces – aves – bestias), fielmente reflejado en Génesis l:20 ss, y el hecho de que en los últimos diez o doce mil años bien pudo ocurrir un desastre de proporciones tales como para producir un “diluvio universal”, según lo evidencian tanto los anillos de las secoyas de California como los fósiles y cadáveres depositados y conservados en lodo congelado, son apenas unos cuantos de entre ellos. Otros ejemplos incluyen el conocimiento de la forma esférica de la Tierra en Isaías 40:22, donde la palabra hebrea chugh, traducida generalmente por “círculo”, u “orbe”, también puede significar “esfera”; el de que la Tierra flota en el espacio, en Job 26:7; el de una Tierra primitiva envuelta en tinieblas y en un vapor acuoso, en Génesis 2:6; y en fin, el de las etapas mismas de la creación, en Génesis l:3 ss, cuya secuencia —si se considera desde el punto de vista de un observador terrestre, así como que cada “tarde” y su correspondiente “mañana” representan períodos vastísimos— armoniza perfectamente con la que postulan las más modernas teorías cosmológicas.

Sin embargo, es entre las escrituras propiamente orientales donde se encuentran ejemplos de información científica que son particularmente impresionantes.

El Bhagavata Purana (9, 3:30-34), por ejemplo, narra el viaje del rey Kakudmi a Brahmaloka, el planeta más elevado del universo, gobernado por el poderoso semidiós Brahma, el creador del mundo, para pedirle consejo sobre un buen esposo para su hija Revati. Cuando el rey llega el palacio de Brahma, el dios está oyendo ejecuciones musicales de los Gandharvas, los músicos celestiales, y Kakudmi hace antesala; terminada la ejecución, le expresa su deseo. Brahma se echa a reír: «¡Oh Rey! —le responde—, aquellos a quienes hubieras podido elegir por yernos han fallecido ya; han transcurrido veintisiete chatur-yugas [27 x 4'320,000 años terrestres] y todos ellos han desaparecido, al igual que sus hijos, nietos y demás descendientes.» Ahora bien, aunque la distorsión espacio-temporal ilustrada por esta historia puede deberse a las diferentes velocidades de traslación de los planetas “superiores” e “inferiores” de la tradición hindú, no deja de ser ilustrativa de la famosa paradoja contemplada por la teoría de la relatividad para los viajes interestelares a velocidades cercanas a la de la luz.

Nota: Los párrafos precedentes, y los publicados días atrás, han sido editados por mí especialmente para este medio a partir de la introducción a mi libro “La rueda del tiempo” (publicado hace algunos años en Lima, Perú). En los próximos días me propongo publicar algunos párrafos más tomados de diferentes partes del libro.

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