Thursday, June 26, 2008

La civilización primordial

Al emprender el presente estudio sobre las edades y ciclos cósmicos, partí del renovado interés de la moderna astrofísica por el comportamiento del tiempo, tema que abarca incontables disciplinas (principalmente la metafísica, pero también la filosofía, la religión, la arqueología, la astronomía, la geología, y muchas otras) y un misterio cuya solución, aun cuando sólo fuera parcial, podría ayudarnos a desentrañar la casi totalidad de los grandes enigmas que intrigan a la ciencia desde que ésta empezó a interesarse de nuevo por ellos.

Al respecto, un enigma que no pertenece al terreno de la astrofísica, pero que para mí es tan importante como los anteriores, es el hecho de que las antiguas civilizaciones estuvieran perfectamente al tanto de que el tiempo se desarrolla en forma circular. Lo cual nos plantea el primer y más importante problema relacionado con el tema: a saber, ¿cómo fueron capaces estas civilizaciones de conocer además, por ejemplo, la relatividad espacio-tiempo o la expansión actual del Universo, siendo así que la creencia general, sobre todo en los países “avanzados”, es que los antiguos eran gente ignorante y supersticiosa, y ello pese a que muchos otros datos históricos y científicos contenidos en antiguos tratados y escrituras religiosas han sido ampliamente corroborados por la propia ciencia?

En otro lugar he sugerido que las numerosas correspondencias y analogías entre tradiciones muy diversas, así como la universalidad de ciertos conocimientos esotéricos, pueden explicarse sólo si se admite un origen común a todos ellos; y en anteriores entregas he reseñado ampliamente las incontables coincidencias existentes en materia de edades y ciclos entre diferentes tradiciones, elementos todos ellos cuyo estudio, junto con el de ciertas formas arquetípicas universales, podría ayudarnos a rastrear tal origen.

Así, pues, con miras a este propósito, iniciaremos el estudio por el esquema de siete eras o “Mundos”, tierras que se manifiestan en forma sucesiva o cronológica pero que presentan una connotación que es a la vez, y principalmente, espacial. Lo cual se aprecia fácilmente en las correspondencias existentes, por ejemplo, con los siete dvipas o “continentes” (literalmente, “islas”) de la tradición hindú, regiones que se manifiestan consecutivamente sin que por ello dejen de existir las otras seis, las cuales permanecen, por decirlo así, en estado latente. (Una interesante analogía puede ayudarnos a aclarar este punto: dentro del ciclo de renovación celular del organismo humano, que en conjunto se desarrolla a lo largo de siete años, no todas las células nacen al comienzo de ese ciclo ni mueren al cabo de él sino que, principalmente debido a sus diversas duraciones, algunas lo hacen mientras otras esperan su turno para aparecer.)

También he señalado otra connotación muy importante: ésta con la estrella Polar, sugerida por la tradición islámica, que hace referencia a siete Qutbs o “Polos” que habrían regido siete cielos sucesivos. Es obvio que con ella se relaciona la tradición citada por el historiador Beroso —a quien me he referido en una entrega anterior— según la cual, varias generaciones antes del diluvio —que sería el mesopotámico, hacia el 4000 a.C. —, surgieron del mar siete seres de gran sabiduría, «animales dotados de razón», el primero de los cuales fue Oannes, el Noé babilónico, instructor del pueblo. El precedente más antiguo de esta tradición, que en realidad es 2,000 ó 4,000 años anterior, serían unos sellos cilíndricos asirios de entre 1000 y 800 a.C., posiblemente asociados a la constelación de la Osa Menor; con lo que parece que vamos llegando a alguna parte, pues estos mismos sabios se encuentran en Egipto: son los siete sabios de la diosa Mehurt, o Hetep-sekhus, que salieron del agua y, como halcones, subieron al cielo para presidir el saber y las letras junto a Toth, que cuenta las estrellas y mide y numera la Tierra. Ahora bien, Toth, o Hermes, es el «salvador de los conocimientos existentes hasta antes del cataclismo»; a veces se le identifica con Enoch, a quien se equipara a su vez con Tenoch, fundador de Tenochtitlán, deificado por su pueblo; y por otro lado, ambos, Enoch y Tenoch, se supone que fueron progenitores o pobladores de la Tierra, a semejanza de Brahma, Abraham, los distintos Manus, etc. En fin, se dice que los siete sabios egipcios representan a la Osa Mayor. Y por lo demás, se considera muy probable que las siete estrellas mencionadas al comienzo del Apocalipsis de San Juan (I, 16 y 20) representen igualmente a dicha constelación.

Permítaseme referirme ahora al “sapta-rksha” de la tradición hindú, término sánscrito que significa “siete osos”, aunque “rksha” significa también “estrella”, “luz”, y “sapta-rksha” podría traducirse entonces como “la morada de los siete rishis o sabios”, las siete “luces” por las cuales se transmitió al ciclo actual la sabiduría de los ciclos precedentes. Pues bien, el hecho de que dicho término ya no se aplicara luego a la Osa Mayor sino a las Pléyades, también siete, consideradas como divinidades por diversos pueblos —como por ejemplo los incas—, indica, según Guénon, que en determinada época la tradición fue transferida de una constelación polar a una zodiacal; y aquí tenemos otra clave que nos va acercando a la solución del problema. Pero en cualquier caso, está bastante claro que lo que se designa como los siete “Polos” o “Tierras” sucesivos son las siete estrellas de la Osa Mayor, a las que en determinada época la proyección del eje polar terrestre habría apuntado sucesivamente a medida que el período de precesión de los equinoccios progresaba en su curso circular, y con lo cual determinadas regiones de la Tierra, o dvipas, se habrían visto particularmente favorecidas. Un ejemplo nos ayudará a comprender mejor esto último: hace unos 13,000 años, la posición del Polo Norte celeste era ocupada por Vega, y lo mismo ocurrirá dentro de 13,000 años; en este momento dicha posición la ocupa Polaris, si bien en la actualidad, debido a la mayor inclinación del eje terrestre, el recorrido atraviesa las estrellas de la Osa Menor.

En mi próxima entrega me ocuparé de los ciclos cuaternarios y de otras pistas que —es de esperar— nos ayudarán a encontrar dónde estaba situada la civilización primordial. Sírvanse mantenerse en contacto.